viernes, 4 de diciembre de 2009

LA NOCHE IV

CUATRO
Hasta que no comenzó a despuntar el día, no dio por terminada su investigación. Llevaba noches enteras sin dormir, estudiando el pergamino, consultando viejos libros de cábalas y profecías. Cada símbolo, cada suposición, cada interpretación, le habían conducido a más y más conclusiones enrevesadas. Ninguna lo convencía. Todas lo inquietaban. Pero esa mañana creyó haber llegado a la verdad. Por eso dobló el pergamino en cuatro partes y cuidadosamente lo colocó al final de su libro de apuntes. Antes de cerrarlo le echó un último vistazo. Hojas y hojas de disquisiciones, de referencias a textos que se remontaban a mucho antes de los egipcios, dibujos de signos similares que otros habían recogido en estudios e investigaciones diversas. Todo aquello formaba un hermoso libro de alquimia histórica, que no hablaba del pasado, sino del futuro. Era eso y no otra cosa, lo que más lo inquietaba. Llevaba semanas escribiendo sobre cosas que aún no habían pasado; cosas que ni siquiera él constataría nunca; que sus ojos jamás contemplarían.
Durante un rato reflexionó. Vio la luz de la mañana entrar por un resquicio de la ventana. Ordenó la mesa de trabajo de los últimos meses. Recogió los primeros bocetos y las pequeñas anotaciones innecesarias y las echó al fuego de la estufa. Luego cogió con fuerza el libro de apuntes. Sintió sus tapas duras bajo el brazo. Apagó la vela y salió.
Fuera corría una brisa algo gélida. Vio pasar un carro que se apresuraba a empezar su trabajo diario y al hombre y al niño que lo guiaban. Cruzó la plaza, atravesó las callejuelas, caminó firmemente hasta el convento Do Carmo. Sacó una pequeña llave del interior de su túnica y abrió una puerta lateral que hizo un ruido que a él se le antojó fantástico. Olía un poco a humedad. En soledad llegó hasta la biblioteca, se acercó a una estantería del fondo y colocó su libro de apuntes ligeramente ladeado, entre unos libros viejos. Cuando abandonaba la estancia se giró y le pareció un libro demasiado nuevo para aquel recinto tan antiguo. Bajó las escaleras al son de los cantos que venían de la iglesia. Ojeó al trasluz y vio a un grupo de monjas y a unos vecinos rezando. Le pareció algo absurdo, sabiendo lo que él acababa de escribir. En la calle sintió algo más de calor. Bajó hasta la plaza y se paró un momento ante un hermoso galeón atracado en el muelle. Absorto en la nave sintió que algo le rozaba su brazo derecho. Se giró y vio una escuálida figura perdiéndose en los soportales y que reconoció inmediatamente. La intentó seguir durante un rato, hasta el castillo de San Jorge. Justo cuando la alcanzaba, un carro cargado de barriles se cruzó en su camino. Aunque quiso evitarlo, no pudo. La pesada rueda se le echó encima. Cayó al suelo sin poder defenderse. En la distancia vio al galeón henchir sus velas para emprender un nuevo viaje. Todo se hizo oscuridad y silencio.

2 comentarios:

  1. Estoy deseando que se monte en el galeón, a la aventura se ha dicho!!!
    Al final te saldrá un buen relato, te sigo.
    Saludos.

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  2. ¡PIBITO! a ver si ordenamos y limpiamos un fisco la estantería, que está too gris, alborotado y sucio.

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